La época en la que me vine a
vivir sólo (conmigo mismo, quiero decir) al kerfo
donde habito actualmente (ahora junto a las dos personas más maravillosas de mi
vida) fue una época en la que el rock and roll me abrazó con la mayor
intensidad que yo recuerdo. Eran tiempos del “RockandFuckingRoll”
(una de los primeros foros de rock, creado
por el recordado Kike Turmix y dónde conocí a algunos de mis mejores amigos a
fecha de hoy), la era de los grandiosos RIP KC, de los que fui su tour-mánager y con
los que monté uno de los primeros grupos “tributo” que hubo en Madrid (Los JuanRAMONES).
Ésos fueron los primeros años del
Gruta 77, y el cénit del Rock Palace como epicentro de lo que se cocía en el
underground madrileño. Íbamos a
conciertos todas las semanas, algunas de miércoles a sábado, y el cuerpo
resistía los embistes de la noche mientras
el crapulismo nos envolvía con su
capa decibélica: Éramos alimañas del rock.
Motociclón no existía, pero estoy
seguro que sin ésos cimientos, jamás lo hubiera hecho.
Estábamos en los estertores del
invierno y el circuito de salas (Siroco – El Sol, los mencionados Gruta 77 y
Rock Palace y por supuesto los añorados Jimmy Jazz y el Hebe de Vallekas)
hervía burbujeante de ruido talentoso. Probablemente, los conciertos se
sucedieron durante al menos las dos noches previas a aquél sábado. Vamos a ponerle que era marzo de 2001.
Me desperté sólo, en el más
amplio sentido de la palabra, sin despertadores y, como buen “looser”, sin
nadie al otro lado de la cama (que era lo habitual cualquier sábado o domingo).
Me incorporé, me encendí un truja, me dirigí al tigre y, poniendo al
límite el grifo del lavabo, succioné, literalmente, el chorrazo a presión que
emanaba, chupándome, como mínimo, un litro y medio de agua y que poco más devuelvo a la naturaleza a
través del váter en forma de cabra incolora.
Tras una ducha estimuladora,
empecé a notar un hambre del copón, así que abrí la nevera, para ver qué
manjares me regalaba, pero el panorama no era como para montarse unas jornadas
gastronómicas, precisamente.
En ésos tiempos, junto a mis
hermanos pequeños, los Rip KC, teníamos la costumbre de poner al “Pauly”, el
cuñao de Rocky Balboa, como tótem de nuestras desgracias. “Tengo menos dinero que
el cuñao de Rocky”, decía uno. “Follo menos que el cuñao de Rocky” contaba el
otro.
“Tengo la nevera como la del
cuñao de Rocky” pensé en ése momento; y es que sólo había, entre latas de birra
y cola, un cartoncillo de ésos de
media docena de huevos, con un sólo superviviente, el cual me dispuse a freír.
No os voy a dar, a estas alturas,
un tutorial de cómo freír un huevo, pero me salió del copón: La yema naranja y
la clara con rizos por todos laos. Un puto huevo frito en su cénit existencial.
El problema fue cuando, sujetando la espumadera con la mano derecha, fui a
depositar la sartén en el soporte – quemador que había utilizado.
Como mi concentración
físico-mental estaba absorbida por ése peazo
de huevo pecador, lo coloqué sin mirar, sin percatarme de lo nuevo y
resbaladizo que estaba todo hasta que la sartén hizo un flash, e hizo un volquete letal que devolvió todo su contenido a mi
mano abierta, ya que el subconsciente hizo que intentara agarrarla.
Qué rico. Un cuarto de litro de
aceite hirviendo en la palma de mi mano y chorreando por el dorsal de la misma
haciendo riachuelillos por los nudillos.
Mi primera reacción fue gritar
agónicamente. Pero me di cuenta que me estaba poniendo en plan peliculero. Ya
que no era para tanto.
No era para tanto los cojones.
Inmediatamente no hubo dolor, pero pasados unos segundos, una vez el aceite iba
haciendo su efecto en las capas de la piel y en los nervios, un escozor intenso
me apretó, como si el demonio agarrara
mi mano con la suya. Entonces, no dudé en recurrir a la única opción que podía
tener en ése momento: abrir el grifo de agua fría de la pila de la cocina y
poner la mano debajo.
Qué gustito.
Como tampoco me podía quedar ahí
en plan muñequer para el resto del
día y mientras pensaba qué podía hacer, contemplé al huevo frito fuente de mi
desgracia. Un huevo frito letal. Un huevo frito de madre campera que me
observaba con ése ojo naranja todavía caliente.
Cíclope de barba dorada y rizada que escondía la sonrisa de la venganza
como diciendo “haberte hecho vegano como
tus colegas hardoretas, peazo mongol”. Así que cogí aire, me dirigí al cubo
“de fregar”, el cual vacié en el váter del agua estancada y opaca que contenía (y
que me sirvió para descubrir el origen del aroma a cloaca de mi cocina) y, tras
llenarla de agua fresca y clara, me llevé todo el kit de sobre-mesa al comedor.
El huevo duró menos de un minuto, el cual devoré intentando manejar con la
destreza que me permitía mi mano sana (y
que no recuerdo si era la diestra o la izquierda). La otra, la dejé todo el rato
dentro del cubo. Encendí la tele.
La tele de marras, era un
televisor de ésos gigantescos que pesan como una persona adulta y que en los
ochenta serían la polla, pero en aquél momento, no era sino un armatoste
infame. Carecía de mando a distancia, por lo que siempre estaba puesto el mismo
canal, uno donde sólo daban pelis. Un engendro tecnológico que me vino “de
regalo”. Uno de ésos obsequios envenenados que te ofrecen como si te estuvieran
haciendo un favor cuando realmente el favor lo estás haciendo tú.
Ahora que lo pienso, lo único
bueno que tuvo ése puto aparato es que cuando vino el apagón analógico, me
inspiró para plantearme no tener televisión en casa durante un tiempo. Y ésa
fue la razón por la que estuve tres o cuatro años sin TV.
En el momento de la sobremesa, estaban
dando “Maverick”, una película ambientada en el “lejano Oeste” en la que Mel
Gibson interpretaba a un prenda que se le da de puta madre jugar a las cartas.
No tengo ni puñetera idea si jugaba al Mus, al Chinchón o al Julepe, que yo de eso no entiendo, pero
el caso es que no consiguió hacerme desconectar de mi principal preocupación
aquel día: ¿cómo coño iba a ir al concierto que había en el Rock Palace ésa
misma noche?
Sin hacer mucho caso al flow de
la historia del largometraje, me puse a hacer un concurso conmigo mismo, del
rollo “Aguanto con la mano fuera del cubo un segundo, dos, tres, cuatro,
cincooo oaaaag… uff…” y así durante un buen rato.
Pasados no más de cinco minutos
del “reto” de marras, y habiendo establecido un récord personal de unos 10 [o
6] segundos, me dispuse a dar el paso para iniciar mi cura. Una cura récord que
no debería llevarme más de las 5 o 6 horas que restaban de mi cita en el Rock
Palace con mis amigos Manolo Glub, Sus, Carmaicol, los gemelos, y las hordas
Rip Kacianas.
Como era incapaz, ya veis, de
aguantar apenas unos segundos con la mano fuera del agua fría, y dado que era
un canteo salir a la calle con ése pedazo de cubo, me dispuse a cambiar de
recipiente y, tras rebuscar entre mi lujosa vajilla formada a base de vasos de
plástico de jaias, gaztetxes y fiestas populares, encontré un vaso de “mini” de
los de toda la vida. La mano me entraba bastante apretujadilla, pero me ofrecía
más independencia a la hora de moverme.
Como vivo rodeao de farmacias (y
bares, para compensar), en tres minutos estaba entrando en una de ellas. La
tocha, la que está abierta las 24hs.
Cuando aparecí por la puerta, el
chico que me atendió me miró como conteniéndose la risa:
- En… ¿En qué puedo ayudarle?
- Pues mira. Resulta que se me ha vertido el aceite hirviendo de una sartén, y estoy que no me aguanto del dolor, ¿tienes algo?
- Mira, te recomiendo unos apósitos impregnados en nosequépollas de pomada analgésica, y tal y pascual….
Y tras hacerme unas
recomendaciones sobre la posología del producto, me lo metió en una bolsita levantando
las dos cejas la compás, como diciendo “anda cuidate, gañán”.
- Buenas tardes, y muchas gracias
- A usted. Y buenas tardes.
De vuelta a casa, al intentar
ponerme las toallitas impregnadas, comprobé que la crema que contenían, por muy
analgésica que fuera no tenían un efecto lo suficientemente inmediato como para
hacerme una manopla y continuar con el plan del sábado como si nada, ya que, si
sacaba la mano del vaso de plástico, el dolor era cada vez era más intenso. Estaba claro:
necesitaba algo más duro, más fuerte. Más heavy.
Y si detrás de mi
kerfo tengo la farmacia 24 hs, delante tengo un pequeño hospital, así que con
el mismo método, “mano_en_Katxi”, me fui para las urgencias del “Virgen de la Torre”.
Como no había
nadie, enseguida me atendieron y también fliparon con mi aspecto.
- “Aquí no podemos ayudarle. Usted debe ir a su ambulatorio”
Me dijo el enfermero que tomó la
iniciativa, y que parecía ser el jefe.
“Mi ambulatorio” resultó estar en
el barrio de mi madre, donde me crié, que está a unos 6 kilómetros. En ése
momento me acordé del Panceta [uno de los protagonistas de ésta
historia], y de cómo una vez le fueron a poner una B12 en la casa
socorro de Mombeltrán y el, ni corto ni perezoso se bajó toda la ropa y abriéndose
los cantos de las nalgas les dijo a los sanitarios “Ahí lo lleváis, si le dais
al centro, tenéis 10 puntos, jajajajaajooojjjajjooojjaaa”.
Lejos de indignarme ni de emular
al Panceta, les puse cara de pena, y les dije:
- Mirad que pintas traigo ¿de verdad tengo que pillarme un autobús asina? ¿en serio no tenéis algo que me podáis introducir por el culo?
- Bueno, chaval, por el culo no exactamente, en todo caso, en la nalga.
Y, con cierto gesto de
complicidad y empatía, accedieron a
prepararme una inyección de “Nolotil” o algo por el estilo.
Antes de que sacaran el producto para introducirlo en
la jeringuilla, yo ya estaba con el bulla en pompa y mirando pa la meca.
Qué rico.
El Pastruz ése que me metieron
por el glúteo hizo efecto a los pocos minutos,
tiempo que aprovecharon para confeccionarme un guante mazo de guapo a
base de toallitas impregnadas (de las que minutos antes me había vendido el
farmacéutico), apósitos, y un vendaje que
hizo que mi mano pareciera la del muñeco de Michelín, o la del
monstruito que salía en la [épica] secuencia final de “Cazafantasmas 1”
Sentía que, si
bien esto no significaba mi cura total, al menos iba a salvarme el sábado.
Todavía tenía molestias, pero estaba convencido de que el pimple
correspondiente a una noche de rock and roll mitigarían cualquier ápice de
dolor.
El grupo que tocaba ésa noche en
el Rock Palace eran unos yanquis
geniales que se llamaban “Cretin 66”. Punk heavy
and roll de ése de los primeros dosmiles,
rock greñudo con parafernalia a base de llamas, dados colganderos, bolas ochos,
guitarras al viento y toda la perfo:
No tengo un
recuerdo formado de la canción que estuviera sonando en aquél momento, pero de
lo que sí estoy seguro es que mi punteo al aire incluyó el deslizamiento
triunfal.
Una vez me levanté, seguí a mi brondi uniéndome al
grupo de mis crápulas amistades. Segundos después, empezó a oler a chamusquina:
Se conoce que cuando me apoyé en el
suelo para mi incorporación, mi manopla se topó con una colilla de cigarro
encendida.
Observé como el
capullo incandescente del truja se había acoplado entre el tejido del vendaje,
soltando una nube de humo considerable.
Entonces agité mi mano, nerviosamente, lo que hizo que apareciera una pequeña
llama, llama que creció cuando mis colegas se pusieron a soplar.
Fueeegor!
En El Excalibur me sentí
“Eddie 1982”
|
Finalmente, el
más lúcido de todos vació lo que quedaba
de su cubalibre, apagando el fuego y dejando la mano vendada con unas tiras
negras colganderas que daba pena verlo.
Se cierra el
telón.
Se abre el telón:
Me encuentro en
el baño de mi kerfo. No recuerdo cómo llegué. Mi amiga Sus me está ayudando a
quitarme lo que queda del vendaje y según va quitando trozos de venda y apósitos con tonalidades marrones y amarillo fosforito,
van apareciendo pompitas con liquidillo en su interior. Una ristra de ampollas
que evidenciaban la mutación de mi mano a lo largo de la noche.
- Jó, tiiiio…. La que tienes montá !
Comenta Susana que, sin perder ni la compostura ni ésa sonrisa tan graciosa y como casi siempre infinita, me propone pinchar las burbujas.
Se cierra el
telón.
F I N
Os dejo una lista (que irá
creciendo según vaya recordando bandas) de GRUPOS QUE VÍ EN EL ROCK PALACE.
Algunos lo petaron después....
https://www.youtube.com/playlist?list=PLKgc8dkDY9vl_rNMpMLlmnbU6aZfdYoFc
https://www.youtube.com/playlist?list=PLKgc8dkDY9vl_rNMpMLlmnbU6aZfdYoFc
.... alimañas del rock !!.
ResponderEliminarSegún he ido leyendo, he ido recordando toda la historia, es fantástica y real, eso es lo que tienen estos relatos. Siempre digo que el último relato es el mejor, y ahora lo vuelvo a decir. Destacaría:"...pero estaba convencido de que el pimple correspondiente a una noche de rock and roll mitigarían cualquier ápice de dolor."
ResponderEliminarJajaja,eres genial!!,me he reído como todos los días contigo.
ResponderEliminarSigue creando yo te seguiré acompañando.