viernes, 4 de noviembre de 2016

HOSTIA NUMERO UNO ....

Hola!


Abajo os dejo el primer capítulo de una pequeña trilogía sobre alguno de los más solemnes piñazos que me he dado.
Esta trilogía está incluída en el libro "La Vida Es un Bar (Vallekas)", coordinado por Ana Grandal y Begoña Loza. En cuanto esté en las tiendas, haya fregaos y eventos alrededor de éste Libro lo mismo subo alguno más...


Ah! La portada es de mi compadre JAVIERRE. Mirad cómo mola (la cubierta, claro):




Puedo jactarme y me jacto de que nunca me metí en una bronca, más allá de mandar a que se lavara el cuello al aspirante a protagonista de la misma.

Y menos en un bar,  escenario potencial de jaranas y trifulcas donde los vinagres, ésos personajes de mal vino, pululan sin descanso, contrastando con el buen rollo que se respira; al menos en los garitos y tascas que he frecuentado en Vallekas en mi larga trayectoria como cliente de tugurio-rock, que me ha mantenido dándole al pimple, al air-guitar  y al bailoteo durante más de 25 años.
Eso sí, en un ejercicio de absoluto chovinismo, las hostias me las he dado yo.  No me hizo falta encajar ningún gancho en la jeta, patada voladora ni nada parecido.

Además, el tipo de galletones a los que me refiero muchas veces son motivo de chanza y risas entre los que suelen presenciarlas, así que sin mucho preámbulo más, os voy a desgranar tres que me ocurrieron en diferentes escenarios, para que os partáis el culo un rato…








Hostia número 1:
“¿Vamos al  nuevo garito que han abierto  en el barrio, y que se llama como la canción de los Clash?”
En los años noventa, de todos  los nuevos grupos que sacaban discos y hacían giras, mis favoritos, sin dudarlo, eran un power-trio irlandés que se llamaban “Therapy?”. Y mira que en ésos años había grupos guapos y modernos, Nirvana, Supersuckers, Pearl Jam, Soundgarden… pero los Therapy? molaban mil. Eran punkies, y a la vez, poperos y metaleros… y cada vez que venían a tocar a Madrid, nos juntábamos unos cuantos del barrio para ir a verles.

En ésa época, los grupos que estaban en el underground pero que tenían grandes aspiraciones a petarlo, tocaban en la mítica sala Revólver de la calle Galileo.  Así que aquella tarde primaveral del meridiano noventero, El Lillo, El Imanol, mi plas “El zeta” y yo, acudimos a la llamada del rock y nos presentamos por las inmediaciones de la zona de “Argüelles”.
Cuando gran parte de la cuadrilla está en el paro, otros curran a cachos, algunos “malestudian” y el resto son becarios (como era mi caso), una forma de rentabilizar las 1300 pesetas del presupuesto medio  y empezar la jornada nocturna con alegría,  era practicar el deporte conocido popularmente como “Sinpa”.  Es decir, salir de najas del establecimiento sin abonar las viandas consumidas.

En el barrio nunca lo hacíamos, pero estando en el distrito de Moncloa, quizá por un rollo de “lucha de clases” lo de enhebrar sin pagar, haciéndose el longui o saliendo de estampida, era un recurso que se practicaba con devoción, siempre que lo permitiera la ocasión.
Justo enfrente del Revólver había un bareto que siempre se petaba antes de los conciertos en dicho club. Y donde parábamos para jincarnos las primeras birras y comernos unos bocatas de panceta con pimientos que estaban del copón.


  • “¿Qué va a ser, por ahí?”

  • “ Cuatro tercios del mau, y otros tantos bocadillos de panceta, jefe”

     
    No recuerdo muy bien cuál fue la conversación previa a la hazaña, pero por lo general, contábamos chistes, o hablábamos de música. Hasta que alguien dijo:
     

  • “¿Qué? ¿nos hacemos un sinpa?

  • “Fale. Yo pago los tercios para que el camarero se relaje, que no nos quita el ojo de encima, y a la que vuelva, cuento hasta tres, y nos chindamos por patas”. Propuse.
     
    Y eso hice. Le dije al camarero que se cobrara los tercios, que yo convidaba a mis colegas, pero que los bocatas los pagaríamos a pachas… y cuando me di la vuelta, aprovechando que el dependiente estaba en la caja, vi que mis amigos  estaban saliendo escopetaos por la puerta, dejándome como única alternativa unirme a la desbandada. Qué cabrones, ni cuenta atrás ni pollas.

    Cuando estaba adelantando a mi hermano Rubén “El zeta”, nos miramos el uno al otro en medio de la carrera,  éste se puso a hacer muecas y a poner caretos, y,  mientras nos partíamos el culo de la risa, de repente, desapareció del plano: se había tropezado, por gañán, cayendo en plancha en el adoquinado del número 26 de la calle Galileo, que era donde estaba el Revólver de marras.

    De todas formas, tengo por aquí a mi hermano, para que nos dé su visión…


ZETA:  1, 2…y el cabrón del Imanol ya estaba picando entrada, el Lillo por otro lao, Roberto detrás de mí y al momento….Ostión!!!!, a chupar bordillo!...Bordillo que chupé con mi bomber  recién estrenada, chupa que compré esa misma  semana a la hermana del “Chispitas” (gran persona) en Antón Martín. A pesar del hostión la chupa solo pilló unas bolitas en la manga derecha.


La movida quedó en un galletón gracioso, pero que podía haber sido peor, ya que su cabeza quedó a unos centímetros del bordillo de la acera. Lo que no sabíamos es que esto sería un pequeño aviso para lo que vendría después…


El concierto estuvo de puta madre, y jarana post-conciertil fue letal, debido a que fuimos a un garito que estaba en la misma calle, regentado por un compadre de nuestro pueblo y que inauguraba justo ése día,  por lo que pimplamos macetas de birra  “3 por 1” como si no hubiera un mañana, hasta que el Lillo dijo “ Y si vamos al nuevo garito que han abierto en el barrio, y que se llama “Jimmy Jazz”? “Ostia, un garito que se llama como una canción de los Clash, seguro que está de puta madre” –pensé- . Además,  mi hermano y yo vivíamos a 200 metros del recién estrenado rock-bar.


No sé cómo ni de qué manera, paramos un taxi para que nos llevase al barrio, y a mitad del trayecto, estando parados en un semáforo del Paseo del Prado a la altura del botánico, a mi plas le dio un amarillo como de echar la cabra, y no se le ocurrió otra cosa que pillarse la costura inferior  de la  camiseta y volcársela por encima de de la cabeza hasta la nuca (como hacen algunos futbolistas cuando meten gol). En esa pose, notamos que empieza a salir la criatura de sus fauces.


Imaginaos el efecto que puede tener el potarse encima de una prenda textil que te tapa toda la cara.


El taxista, mosqueado por los extraños movimientos que se perpetraban en los asientos traseros de su vehículo, y por el olor al vómito recién expulsado,  tras jiñarse, con gracioso acento gallego, en todos los santos del calendario, nos dice que nos piremos… -“Bájense!! .. - ¿Y ahora?! ¿Quien se me va a montar en el tasis?” –

ZETA: Los mareos de la muerte se apoderaron de mi persona...me dio un vuelco el estómago, y sucedió lo inevitable; la cabra inundó la camiseta de los Therapy?  Comprada horas antes. De fondo se oía la voz del chófer,  con un acento gallego brutal, diciendo: “No me vomitéis en el taxi”, a lo que yo no pude hacer caso...
Por no discutir con el pobre profesional, abandonamos el vehículo en el Paseo del Prado, a la altura del McDonald’s.
A partir de ahí, no recuerdo si cogimos otro ciervo, pillamos el búho….o qué!!!!. Ni de cómo, ni de qué manera llegamos al barrio….Con un moko tela…..seguro!


Total, que salimos del ciervo justo en el momento en el que se abrió el semáforo, enfrentándonos al sorteo de los automóviles que arrancaban, y encontrándonos, como último obstáculo, con  la valla que separa la acera de la calzada. Primero la saltó El Imanol (que realmente se llama “Ismael”), luego El Lillo, a quien siguió El Zeta (con el mapa de Mongolia repartido entre el careto y la camiseta), y luego yo:

Pillo la barandilla con la mano izquierda y pego un brinco; confiado,  pero sin lograr elevar el pie lo suficiente como para cumplir mi objetivo. Los 47 ranchera que uso como tallaje en la peana me traicionaron.  Y mi cara se fue directa al suelo, impactando veloz y bruscamente contra la acera.

Los dientes los salvé por tablas, pero se me pusieron los morros que no me pude reír en semanas.


Y desde luego, cómo jode que te duela la sonrisa.


En ésa época, como os he dicho, curraba de becario. Era un curro de puta madre en las oficinas centrales de un banco. Mi jefe, Ronaldo-Hugo, que era argentino, aprovechaba cualquier ocasión para cantarse alguna de Carlos Gardel, mientras se pegaba unos pasos de tango.
Cuando llegué ése lunes al curro, lo primero me dijeron mis compañeros fue:

  • “Pero Roberto! ¿qué te ha pasado en la cara?”

  • “Nada, que un colega me ha dejado un voltio en su bicicleta y me he comido un árbol”

  • “Que no. Loco. Eso es que te partieron la boca de una hostia, ché” -  dijo Ronaldo, a ritmo de tango, mientras se levantaba de la mesa y bailaba, graciosamente, un tanguillo.


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