Hola!
Abajo os dejo el primer capítulo de una pequeña trilogía sobre alguno de los más solemnes piñazos que me he dado.
Esta trilogía está incluída en el libro "La Vida Es un Bar (Vallekas)", coordinado por Ana Grandal y Begoña Loza. En cuanto esté en las tiendas, haya fregaos y eventos alrededor de éste Libro lo mismo subo alguno más...
Ah! La portada es de mi compadre JAVIERRE. Mirad cómo mola (la cubierta, claro):
Puedo jactarme y me jacto de que
nunca me metí en una bronca, más allá de mandar a que se lavara el cuello al
aspirante a protagonista de la misma.
Y menos en un bar, escenario potencial de jaranas y trifulcas
donde los vinagres, ésos personajes de mal vino, pululan sin descanso,
contrastando con el buen rollo que se respira; al menos en los garitos y tascas
que he frecuentado en Vallekas en mi larga trayectoria como cliente de
tugurio-rock, que me ha mantenido dándole al pimple, al air-guitar y al bailoteo
durante más de 25 años.
Eso sí, en un ejercicio de
absoluto chovinismo, las hostias me las he dado yo. No me hizo falta encajar ningún gancho en la
jeta, patada voladora ni nada parecido.
Además, el tipo de galletones a
los que me refiero muchas veces son motivo de chanza y risas entre los que
suelen presenciarlas, así que sin mucho preámbulo más, os voy a desgranar tres
que me ocurrieron en diferentes escenarios, para que os partáis el culo un rato…
Hostia número 1:
“¿Vamos al nuevo garito que han abierto en el barrio, y que se llama como la canción
de los Clash?”
En los años noventa, de todos los nuevos grupos que sacaban discos y hacían
giras, mis favoritos, sin dudarlo, eran un power-trio irlandés que se llamaban
“Therapy?”. Y mira que en ésos años había grupos guapos y modernos, Nirvana, Supersuckers,
Pearl Jam, Soundgarden… pero los Therapy? molaban mil. Eran punkies, y a la
vez, poperos y metaleros… y cada vez que venían a tocar a Madrid, nos juntábamos
unos cuantos del barrio para ir a verles.
En ésa época, los grupos que estaban en el underground pero que tenían
grandes aspiraciones a petarlo, tocaban en la mítica sala Revólver de la calle
Galileo. Así que aquella tarde
primaveral del meridiano noventero, El Lillo, El Imanol, mi plas “El zeta” y
yo, acudimos a la llamada del rock y nos presentamos por las inmediaciones de
la zona de “Argüelles”.
Cuando gran parte de la cuadrilla está en el paro,
otros curran a cachos, algunos “malestudian” y el resto son becarios (como era
mi caso), una forma de rentabilizar las 1300 pesetas del presupuesto medio y empezar la jornada nocturna con alegría, era practicar el deporte conocido popularmente
como “Sinpa”. Es decir, salir de najas del establecimiento
sin abonar las viandas consumidas.
En el barrio nunca lo hacíamos, pero estando en el
distrito de Moncloa, quizá por un rollo de “lucha de clases” lo de enhebrar sin
pagar, haciéndose el longui o
saliendo de estampida, era un recurso que se practicaba con devoción, siempre
que lo permitiera la ocasión.
Justo enfrente del Revólver había un bareto que siempre se petaba antes de
los conciertos en dicho club. Y donde parábamos para jincarnos las primeras birras y comernos unos bocatas de panceta
con pimientos que estaban del copón.
- “¿Qué va a ser, por ahí?”
- “ Cuatro tercios del mau, y otros tantos bocadillos de panceta, jefe”
- “¿Qué? ¿nos hacemos un sinpa?
- “Fale. Yo pago los tercios para que el camarero se relaje, que no nos quita el ojo de encima, y a la que vuelva, cuento hasta tres, y nos chindamos por patas”. Propuse.Y eso hice. Le dije al camarero que se cobrara los tercios, que yo convidaba a mis colegas, pero que los bocatas los pagaríamos a pachas… y cuando me di la vuelta, aprovechando que el dependiente estaba en la caja, vi que mis amigos estaban saliendo escopetaos por la puerta, dejándome como única alternativa unirme a la desbandada. Qué cabrones, ni cuenta atrás ni pollas.
Cuando estaba adelantando a mi hermano Rubén “El zeta”, nos miramos el uno al otro en medio de la carrera, éste se puso a hacer muecas y a poner caretos, y, mientras nos partíamos el culo de la risa, de repente, desapareció del plano: se había tropezado, por gañán, cayendo en plancha en el adoquinado del número 26 de la calle Galileo, que era donde estaba el Revólver de marras.
De todas formas, tengo por aquí a mi hermano, para que nos dé su visión…
ZETA: 1, 2…y el cabrón del Imanol ya estaba picando entrada, el Lillo por
otro lao, Roberto detrás de mí y al momento….Ostión!!!!, a chupar
bordillo!...Bordillo que chupé con mi bomber recién estrenada, chupa que
compré esa misma semana a la hermana del “Chispitas” (gran persona) en
Antón Martín. A pesar del hostión la chupa solo pilló unas bolitas en la manga
derecha.
La movida quedó en un galletón gracioso, pero que
podía haber sido peor, ya que su cabeza quedó a unos centímetros del bordillo
de la acera. Lo que no sabíamos es que esto sería un pequeño aviso para lo que
vendría después…
El concierto estuvo de puta madre, y jarana post-conciertil fue letal, debido a que
fuimos a un garito que estaba en la misma calle, regentado por un compadre de
nuestro pueblo y que inauguraba justo ése día, por lo que pimplamos macetas de birra “3 por 1” como si no hubiera un mañana, hasta
que el Lillo dijo “ Y si vamos al nuevo garito que han abierto en el barrio, y
que se llama “Jimmy Jazz”? “Ostia, un garito que se llama como una canción de
los Clash, seguro que está de puta madre” –pensé- . Además, mi hermano y yo vivíamos a 200 metros del
recién estrenado rock-bar.
No sé cómo ni de qué manera, paramos un taxi para
que nos llevase al barrio, y a mitad del trayecto, estando parados en un
semáforo del Paseo del Prado a la altura del botánico, a mi plas le dio un amarillo
como de echar la cabra, y no se le ocurrió otra cosa que pillarse la costura
inferior de la camiseta y volcársela por encima de de la
cabeza hasta la nuca (como hacen algunos futbolistas cuando meten gol). En esa
pose, notamos que empieza a salir la criatura de sus fauces.
Imaginaos el efecto que puede tener el potarse
encima de una prenda textil que te tapa toda la cara.
El taxista, mosqueado
por los extraños movimientos que se perpetraban en los asientos traseros de su
vehículo, y por el olor al vómito recién expulsado, tras jiñarse, con gracioso acento gallego, en
todos los santos del calendario, nos dice que nos piremos… -“Bájense!! .. - ¿Y
ahora?! ¿Quien se me va a montar en el
tasis?” –
ZETA:
Los mareos de la muerte se apoderaron de mi
persona...me dio un vuelco el estómago, y sucedió lo inevitable; la cabra
inundó la camiseta de los Therapy? Comprada horas antes. De fondo se oía
la voz del chófer, con un acento gallego brutal, diciendo: “No me
vomitéis en el taxi”, a lo que yo no pude hacer caso...
Por no discutir con el pobre profesional,
abandonamos el vehículo en el Paseo del Prado, a la altura del McDonald’s.
A partir de ahí, no recuerdo si cogimos
otro ciervo, pillamos el búho….o qué!!!!. Ni de cómo, ni de qué manera llegamos
al barrio….Con un moko tela…..seguro!
Total, que salimos
del ciervo justo en el momento en el
que se abrió el semáforo, enfrentándonos al sorteo de los automóviles que
arrancaban, y encontrándonos, como último obstáculo, con la valla que separa la acera de la calzada. Primero
la saltó El Imanol (que realmente se llama “Ismael”), luego El Lillo, a quien
siguió El Zeta (con el mapa de Mongolia repartido entre el careto y la camiseta),
y luego yo:
Pillo la barandilla con la mano izquierda y pego un brinco; confiado, pero sin lograr elevar el pie lo suficiente como para cumplir mi objetivo. Los 47 ranchera que uso como tallaje en la peana me traicionaron. Y mi cara se fue directa al suelo, impactando veloz y bruscamente contra la acera.
Los dientes
los salvé por tablas, pero se me pusieron los morros que no me pude reír en
semanas.
Y desde luego,
cómo jode que te duela la sonrisa.
En ésa época, como os he dicho, curraba de becario. Era un curro de puta
madre en las oficinas centrales de un banco. Mi jefe, Ronaldo-Hugo, que era
argentino, aprovechaba cualquier ocasión para cantarse alguna de Carlos Gardel,
mientras se pegaba unos pasos de tango.
Cuando llegué ése lunes al curro, lo primero me dijeron mis compañeros fue:
- “Pero Roberto! ¿qué te ha pasado en la cara?”
- “Nada, que un colega me ha dejado un voltio en su bicicleta y me he comido un árbol”
- “Que no. Loco. Eso es que te partieron la boca de una hostia, ché” - dijo Ronaldo, a ritmo de tango, mientras se levantaba de la mesa y bailaba, graciosamente, un tanguillo.
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