El Cartel del FESTIMAL2004. Con un contenido digno de que se le caigan los caldos a cualquier amante del Duro-Rock |
A las 11:55 sonó el teléfono. Lo descolgué
vagamente y lo coloqué, malamente, cerca la oreja. Y mientras balbuceaba un “gññnnhhhee” con casi todo mi careto
incrustado en la almohada, una voz aflautada me recordaba que mi tiempo en el
hostal había expirado. Me incorporé, y
me duché y vestí todo lo rápido que me permitió la resaca. Hasta una hora después, no conseguí bajar a
la recepción.
El hotelito se encontraba a las afueras de
Cedeira, localidad coruñesa donde se había celebrado aquél “FESTIMAL 2002”, por
lo que cada vez que necesitaba ir al pueblo, me tenía que bajar en ciervo, así
que le solicité a la recepcionista que me pidiera uno. Y eso hizo.
El calor apretaba con devoción, pero salí a la
calle y mientras me fumaba el primer truja del día esperando al taxi de marras,
combatía la resaca con la mejor herramienta que tenía en ése momento: el
jactarme de lo de putísima madre que me lo había pasado. Ése era el gran alivio
para reconocer, en un ejercicio de autocomplacencia, que el taladro que
sentía en la cabeza, las náuseas intermitentes y el sentimiento de que de un
momento a otro puedes hacerte caca, literalmente, encima, habían merecido la
pierna: Menudo puto fiestón rock and roll de dos días me había metido para el
cuerpo.
El trayecto desde el hotel a la zona playera
me costó menos de los 5 leuros que llevaba en efectivo, así que le pagué al
taxista con ese billete y rogándole que se quedara con el cambio, me dirigí inmediatamente
al cajero automático que estaba en la misma acera donde me dejó el teki,
muy cerca de la carpa en la que había tenido lugar el Festimal.
Pero la desazón me invadió cuando comprobé,
no sin buscar repetidas veces, que la tarjeta bancaria me había desaparecido. Y
el chuletón que se dibujaba en las últimas viñetas de aquel momento, cual
historieta de “Carpanta”, se desvaneció. Entonces, no me quedó más
cojones que hacer flashback.
Así que buceé y busqué, hasta encontrarme con el momento:
3 o 4 de la madrugada. La última actuación de la
noche, y por tanto del festival, había terminado. En Cedeira había un pedazo
de garito rock que regentaba un tipo muy simpático; un “mazas” con voz de
pito (imaginaos a Terminator con la voz de Gracita Morales), que trataba genial
a los trufas y pinchaba una música del carallo. Así que cuando los
conciertos terminaban en la carpa del FESTIMAL las huestes del rock nos
reuníamos en el bar de marras a engullir cubatas a caraperro y bailar sin
descanso. Sólo se paraba para hacer pis, drogarse, o echar la pota.
Como estaba contando, el festival había terminado, así
que me fui al mencionado rock-pub (por DIOs! que alguien me recuerde cómo se
llamaba !!!). Poco antes de la puerta, me encontré a mi amiga Cristina, con
la que tuve una pequeña charla:
- “Hola Kapows! ¿Qué haces, no entras al bar?”
- “Robertez! … pues todavía no. ‘Los de Madrid’ quieren farlopiña y he quedao con un colega …
- “Bueno, pues si te parece, me quedo contigo y te acompaño. Después de la perfo, podemos volver y nos la tomamos …”
Una vez adquirida la drogaína, fuimos juntos a hacer
la entrega. Cuando llegamos a la parte de atrás de la carpa del Festi, “Los de
Madrid” nos recibieron con silbidos, grititos a lo José Luis Moreno, aplausos, puños
encuernados … Vamos, una fiesta. Contagiado
por la alegría y mis ganas de participar (teniendo en cuenta de que nunca probé
el Periko), saqué mi tarjeta del Cajamadrid y se la dejé a un chava muy
majo al que conocía de vista, y por lo que observé, bastante hábil a la hora de
diseccionar el montículo de farlopa coruñesa, que terminó convertido en una
ristra de clenchas que parecían flamenquines.
Ése fue el pequeño viaje en el tiempo que me
confirmó de qué manera eché a perder mi única forma de adquirir la panoja
suficiente para, primero, jincarme un chuletown conmemorativo de mi primera
experiencia “Festimalera” (luego vendrían otras dos ediciones, al menos) y
después, pagarme el viaje de vuelta a Madrid.
Pero constatando el error que supuso adquirir un único billete de ida
para llegar a Cedeira, no me quedó otra alternativa que buscarme a alguno de
“Los de Madrid”, así que caminé hacia la playa, lugar donde se ubicaba la zona
de “Acampada”, en la que quedaban cuatro tiendas guarras mal montás.
Allí me encontré con los resquicios humanos
de la batalla. Al primero que reconocí fue a Kid Marcos, a la postre,
uno de mis grandes amigos (quien nos iba a decir que más de 15 años después
terminaría siendo el Oficiante de su boda), así que me acerqué a él y a la
cuadrilla en la que se encontraba, para plantearles mi “problemilla”. En ese
momento conocí a un personaje encantador, que era quien estaba llevando las
riendas de la conversación: El Piña. Un muchacho de sonrisa perfecta, bello
inexistente y verbo ágil que estaba contando una historia surrealista sobre un
mocarral en virtud del cual nuestro protagonista estaba sentado en la taza del
váter expulsando caldo fecal por el ojete mientras vomitaba, asomando sus
fauces entre sus propias piernas. Alguien añadió: “sólo te faltaba hacerte
una paja”, a lo que el Piña, en décimas de segundo, añadió, “Sí claro, y
reventarme una espinilla”, mientras hacía ademán de explotarse un grano facial,
al grito de: “MultiExpulsioooooooón!!”. Las risotadas neardenthales fueron
inmediatas. Desde luego, nos partimos el culo a base de bien a costa del
chascarrillo.
Por esas fechas, ni él, ni nadie sabíamos que
terminaría siendo el batería de Los Chicos, la mejor pub&punk&roll band
del mundo mundial.
Tras ése delirante rato, intervine en la
tertulia, y, según les estaba terminando de contar mi historia (tampoco faltaron
coñas al respecto de la misma) apareció
Edu, también conocido como “Ed Sinner”, guitarrista y frontman de los
necesarios HOLLYWOOD
SINNERS, que habían tocado la noche anterior. Por un momento pensé que los
garajeros toledanos pudieran volver ése mismo día, y así tener la posibilidad
de acoplarme como polizonte en su buga, pero Edu, empatizando totalmente con mi
situación, me dijo “Lo siento tío, pero
es que nos vamos a Asturias de vacaciones” a lo que, casi inmediatamente, añadió “¿Sabes quién se bajan para los
madriles? ¡Los Gemelos!”
Al principio no caí quienes eran, pero tras
una breve descripción, tuve el segundo flashback de la mañana. Y es que
aparte de que les conocía porque en todos los conciertos a los que había ido en
ésos años (excepto los heavy metaleros) siempre estaban en primera fila
bailando y dándolo todo, justo la noche
anterior había tenido una experiencia como “espectador” que me impactó:
En un momento de la noche, mientras uno de los
grupos estaba tocando, fui a mearla. Salí
de la carpa y caminé unos metros hasta que llegué al final de la misma, por el
lado que daba a la playa. Mientras orinaba, observé como una persona mantenía
levantada la parte inferior de la lona, en lo que podríamos pensar que era la
zona de “backstage”. A los pocos segundos asomó una pata de jamón asado,
incompleta pero aprovechable para, seguidamente, aparecer una segunda persona,
EXACTAMENTE igual a la primera. Luego,
mientras terminaba mi micción, estos dos personajillos que parecían haber
salido de un “Makoki” desaparecieron, corriendo hacia el portón de acceso y
mezclándose entre los asistentes. Durante el resto de la actuación, observé que
entre el público de las primeras filas sobresalía un pedazo de Lacón de 7 Kilos,
que se meneaba siguiendo el compás de la música. Movido por la curiosidad, no dudé
en acercarme todo lo que pude al escenario. Y la postal que me ofreció el
momento fue impagable: una horda de rock and rollers garajeros con los rostros
resplandecientes por la grasa del lacón, como si les hubieran untado con sebo,
bailaban, daban saltos y hacían “air-guitar” mientras se pasaban la pata de
cerdo los unos a los otros, arrebañando la carne con los piños como si fueran “Critters”
Y fue entonces, cuando aparecieron quienes
serían, desde entonces y hasta nuestros días, unos de mis mejores amigos y más apreciados
artistas. Gerardo y Antonio: Los
Gemelos.
Dijeron al unísono, como si se tratara de la
versión calva de las niñas de “El Resplandor”.
No sólo había salvado el culo. Creo que, por
todo lo que vino en los sucesivos años hasta la fecha, ése fue uno de los días
más afortunados de mi vida, aunque supongo que el karma, la providencia divina
o, [especialmente] el rock and roll hubiesen hecho que nuestros caminos se
cruzaran tarde o temprano.
Los Gemelos. Amantes del Rhythm 'N' Blues y los Chuletones. |
El viaje camino a Vigo nos lo pasamos
rememorando las mejores jugadas del FestiMal. Durante el trayecto conocí a María, compañera de aventura vital de Antonio, y amiga imprescindible del universo "Los Chicos". Chica de sonrisa eterna y dulzura interminable, además de poseedora de un millón de virtudes entre la que se encuentra, sin ser la mejor de ellas, una básica: aguantarle el mambo a los quetecuén. Conocerla es amarla.
Aunque también hubo tiempo para que los
gemelos me dieran toda una masterclass sobre el pub
rock de finales de los setenta, a raíz de la cinta de los Nine Below Zero que tenían puesta en su carro. Yo era un
armonicista en ciernes y se me cayeron los caldos con tal descubrimiento.
Llegamos a Vigo, nos ubicamos en el kerfo de
un grandísimo anfitrión, Rubén, entrañable guitarrista de Los High Sierras, y en cuya casa Antonio y
Gerardo me enseñaron el primer single de su conjunto, “Los Chicos”
(otro gran presagio, ya que dos años después, la misma compañía, Producciones
Esporádicas, el sello del inefable Capitán Entresijos, sería quien nos editara
el “Somos del Rock”, primer disco de Motociclón)
Hay que decir que en aquellos tiempos el uso
de teléfono móvil no estaba muy extendido. Yo tenía la sana costumbre de
agarrarme los lunes “post-fiestones” de vacaciones, para pasar la zozobra. Por
si había alguna incidencia chunga en el trabajo, la empresa para la que curraba
me dejaba un teléfono móvil.
Ya en dirección al parque de Castrelos, lugar dónde tocaba el
ex- Rolling Stones, me acordé que había quedado
con la que, por aquel entonces, era mi piba, así que la llamé:
- “¿Quienn?”, preguntó una voz femenina.
- “Hola, Ana. Estooo…. ayer, tras el festival, estuve con unos colegas que acababan de pillar farlopa … les dejé mi tarjeta, y se empezaron meter filas a caraperro …. y… bueno… el caso es que he perdido la puta tarjeta. Menos mal que...”
- “Espera Roberto, mejor se lo cuentas a Ana”, interrumpió la madre.
Cuando mis recién estrenados amigos se
percataron del equívoco, sobre todo teniendo en cuenta del contenido del
diálogo, rompieron a reír, partiéndose el culo sonoramente. Tengo una imagen de
ése momento (real o creada por mi propia perspectiva mental) inolvidable:
Los
Gemelos, Antonio y Gerardo tirados en el suelo, en
posición fetal, descojonándose mientras se sujetaban las lorzas. Y esta imagen
se repetiría, como os contaré más adelante.
Sea como fuere, el resto de la noche surgió
entre comentarios tipo “Joder el Bill
Wyman, está tó muñeco. Seguro que cuando termine el chow viene el pipa, le
desatornilla los brazos y las piernas del cuerpo y le mete en un fly-case”…
Birras… bailes… cubatas en “La Iguana Club”…
para terminar por la mañana temprano en una panadería pidiendo "raciones de oreja”.
Y es que, las raciones de alto octanaje es
otra de sus saludables aficiones, muy por encima de la drogaína, por mucho que ésta adquiera forma de flamenquín, zarajo, gambón o bicho
comestible.
C O N T I N U A R Á….
https://www.youtube.com/playlist?list=PLKgc8dkDY9vkPCXcPCJ_OFl8hFwmzjY80